Húmero – obra en varios actos /05

Segundo Interludio: ¡apáguese!  ¡Enciéndase!

Ahí vas, con esa bata ridícula de hospital, raudo en una camilla chirriante, sentado en primera fila como quien dice.  Entras a un pasillo, luego a un ascensor, luego pasás frente a una sala de espera llena de caras preocupadas, y finalmente te estacionan en un sala grande y bien iluminada, con el perímetro cubierto de mesadas, muebles, equipos eléctricos, cristaleros llenos de instrumental, y un cúmulo de otras cosas inidentificables.

No estás nervioso ni nada, gracias al juguito mágico.  Qué puede salir mal, te decís; nada, te respondés, estás en una de las mejores instalaciones del país, rodeado de algunos de los mejores médicos del país, donde van a practicarte un procedimiento complicado pero conocido.  Además, ya usaste toda tu ración de mala suerte de una sola vez, en el accidente, por lo que ahora todo es para mejor.

Una enfermera te habla mientras controla temperatura y presión y circuito y vaya a saber el MEV qué más.  Al rato llegan los cirujanos que te saludan con amabilidad y te apretan la mano del corazón para darte ánimo.

Pocos minutos después te llevan al quirófano.  Solo tenés ojos para la mesa de operaciones, una especie de camilla angosta cruza con tripalium y cápsula criogénica, con profusión de cables, tubos, soportes y amarres que salen a los costados… y una pequeña almohada encima.  Ella es tu contendiente.  Tu Antagonista.  Hay gente alrededor, equipos, bandejas, pero vos tenés ojos solamente para ese artilugio que te espera.  Nadie te lo dijo, pero vos sabés: tenés que salir de la camilla chirriante y acomodarte allí.  Por la manera en que nadie te mira, tenés que cambiarte de lugar solo.

Emparejan las alturas de ambas camillas y empezás tu arrastre, que no es tan difícil, hasta que quedás sentado en el nuevo lugar. Una voz te dice: «bien, ponete más al medio y acostate».  Acostate.  Lo mismo hubiera dado que te hubiera pedido que bailaras una Céilidh haciendo el paro de manos.

Así que empezás a ponerte horizontal, que se dice fácil.  Sacás los pies por el costado y los enganchás por el borde de la camilla, para tener un punto de apoyo y luego es todo cuestión de usar los abominables, mientras intentás no tensar los músculos deltoides ni los de la cintura escapular.  Ja! Anatomía!  No hay como un dolor bien hijo de puta para que te aprendas la zona en la que se aloja.  Y vas, y vas, y vas, un poquito más, más, más… hasta que la pequeña almohada queda, en lugar de debajo de tu cabeza,  justo, justo, justo, a la altura del omóplato, la tres veces maldita escápula.  O sea que tu cabeza quiere seguir bajando y para ello debe arquear la espalda.  Y arquear la espalda implica desplazar la articulación del hombro, donde casualmente tenés una fractura múltiple. Y eso, lo sabe hasta Lourdes (la muchachita del alcohol) , sencillamente no lo podés hacer.  Gemís de dientes apretados y sentís que los pelitos de la nuca rozan la superficie de la camilla, pero no llegás, oh MEV, no llegás.  Nunca vas a llegar.

Hasta que una voz te dice, despacito, apenas aprehendida y percibida: «te voy a dar un sedante, ok?  Es un poco más fuerte que lo que venías tomando hasta ahora, pero te va a hacer bien».

Uff!

Morfina?  Magialíquida?  Lágrimasdeunicornio?

Viste las películas, cuando le inyectan algo al muchachito y se desvanece en menos de 5 segundos?  Viste que decís «Oh,porfavor,quéstupidez!»  Bueno, es como las brujas: que las hay, las hay.  Vaya si las hay!

Cinco, tal vez diez segundos, y te derretís.  Te amoldás a la camilla, con el almohadón, y quizás sea necesario poner una baranda para que no te chorrees hasta el piso.  Sos como un delgado lienzo de terciopelo, o quizás como una feta de muzzarella bien caliente.  Ah, y si antes te importaba bien poco todo, ahora estás en la cúspide.  Ni siquiera te acordás de que exista algo.  La caverna de Platón?  Un ridiculismo!  Ni siquiera hay caverna! Lo único que atinás a hacer es flotar y derretirte, flotar derretido, mirar amorfo, mirar sin ver, paladeás la liviandad y resulta que es dulce.

Al rato, mucho rato, luego de una eternidad de un flotar descerebrado y pacífico, una voz indistinta, quizás de mujer, dice, «respirá hondo para la anestesia».  Ja!  Hondo?  Qué es respirar?  OK, decís, y seguís flotando.

Te lo repite algunas veces.  Y luego no hay más.

Suponé la siguiente analogía: tu vida es una lamparita, una bombilla, encendida. La anestesia es apagar la bombilla, pero sin romperla. Ni siquiera podés calificarlo como negrura, porque para eso se necesitaría percibir… algo.  O percibir la ausencia de algo.  Vos no sos el entorno que se ilumina, sos la lamparita.  Y en la anestesia general te desconectan.  Es el fin de la conciencia. Cesás de existir.  Sartre, tomá!

La verdad, si tomáramos la muerte como una gran anestesia general, como quien le da un palo a la bombilla, temerle a la muerte es estúpido.  A los prolegómenos, la previa, la manera en que llegás a ese punto, vaya y pase.  Preocupate.  Asustate.  Gritá y pataleá si querés y te hace sentir mejor.

Pero la muerte en sí?  La Muerte?  Un juego de niños!  Podrías hacerlo drogada y de ojos cerrados cualquier día de la semana, te lo juro.  Y sin mariconadas! Ni túnel, ni seres queridos dándote la bienvenida, ni ángeles regordetes tocando el arpa, ni, lamento decirlo, una sola virgen, ni hablar de 7000; ninguna.  Claro que tampoco hay olor a azufre, ni gente gritando, ni bichos feos pinchándote las patas con un tridente, lo que es de agradecer.  Viste la nada?  Bueno, aún menos que eso, porque tampoco hay lenguaje, ni ideas, ni verbo, ni punto primigenio hiperdenso que pueda estallar dando luz al Universo.  Sencillamente no hay.

No sabés qué llega primero.  Nunca vas a saberlo: si la voz que te dice «despierta» o el dolor, enclavado en lo más profundo.  Parece que estallara desde una dimensión desconocida directamente al centro del hueso y de ahí irradiara en círculos concéntricos, en esferas concénctricas, desde el hombro, la cabeza del húmero, todo a lo largo de tu brazo, cuello, pecho, espalda.

El re-encendido de la lamparita es brutal.  Solo te parece escuchar a Conchita, la minita que vive en los GPS, repitiendo una y otra vez con su voz monótona: «Recalculando».

«Vas a estar un poco dolorido», te dice alguien, una sombra borrosa y doble o triple, que habla con ecos.  Solo podés contestar con un gruñido.  «Te dimos un calmante y en cuanto llegues a la habitación te van a dar un poco de Tramadol. Tramadol.  Encontrarlo en la Wikipedia mata un poco la magia, pero no los efectos!

No podés enfocar la vista.  No podés escuchar claramente.  No podés articular una sola palabra.  No podés mover un dedo. Aunque tu vida dependiera de ello, tu recuperada existencia está en otra: Recalculando.

Te dejan estacionado de nuevo en la sala de la primera vez.  Alguien se empeña en hablarte, pero tenés un escudo, probablemente las esferas concéntricas, que te impiden registrar nada de lo que te dicen.  Calculás que es gente que quiere estabilizar el brillo de la bombilla, pero vos estás en otra.  De momento solo tenés pensamientos para el dolor y tratás desesperadamente de sacudir la cabeza para ver si podés enfocar la vista.  Pero no hay caso.  Recalculando.

No querés saber lo que te hicieron.  Fijate que venías de 4 días de calmantes intravenosos, más la sedación previa, más la anestesia, más el calmante posterior, más una nueva botella de juguito mágico… y lo único que te impide gritar, es que no te acordás de cómo hacerlo.  Recalculando.

En algún momento llegás a tu habitación.  Y sin saber cómo te encontrás en tu cama.  Pero las esferas no dejan que te des cuenta del cómo, así como no te dejan identificar quién o quiénes están a tu lado.  Solo te sale gruñir.

Luego de lo que parece un rato muy, muy largo, el Tramadol, alabado sea con grandes alabanzas, hace su efecto y te dormís. Con un poco de suerte para cuando despiertes, las esferas habrán regresado a su atroz dimensión, dejándote en paz.

Fin del Segundo Interludio
Banda de Sonido: Comfortably Numb, de Pink Floyd… of course!
La frase: Have you tried turning it off and on again?  Sí, es una parte importante del proceso.  The IT Crowd.

Una respuesta a “Húmero – obra en varios actos /05

  1. A mi también me sorprendió, la primera vez, que no hubiese túneles ni luces ni àngeles ni, mucho menos, familiares y amigos esperándome sonrientes para abrazarme. Es así, como tú bien dices, mi cronista favorito.

    Sigamos la saga.

    Besos y abrazos para el nuevo año, querido.

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